La competitividad se ha convertido en el gran gurú del mundo globalizado. Todos los gobiernos, todas las políticas tienen como objetivo esa palabra que, aseguran, será el motor de la recuperación de las economías y la solución de nuestros problemas.
En el mundo actual es indiferente producir un bien en un país o en otro, dado que hemos abolido los aranceles y las trabas a los productos, de forma que no tenemos armas para la competencia. Por lo tanto, deberíamos producir sólo aquellos bienes donde tengamos una ventaja comparativa. Pero eso no es tan lineal y la teoría de la ventaja competitiva no se cumple en la vida real. Al final, todos los países tienden a producir de todo, bien por una cuestión estratégica o por un nacionalismo mal entendido, pero el hecho cierto es que no estamos aplicando los postulados de la teoría económica que afirman que cada país debería especializarse en la producción de aquellos bienes en los que existe una ventaja en la producción.
Por lo tanto, dado que no vamos a especializarnos en unos pocos bienes, ¿qué podemos hacer para competir con los salarios extraordinariamente bajos de los países como China o India?, ¿debemos considerar que nuestro futuro es tener unos sistemas sociales tan mínimos como el que menos para poder competir en el mundo globalizado y producir cosas?. Voy a dar algunas claves que me parecen importantes para evitarnos los disgustos que se producen en cada crisis.
Cuando contamos en clase algunas nociones del mercado de trabajo hablamos de ciertos conceptos que pasan desapercibidos para la mayoría de los opinadores y economistas que intentan explicarnos los problemas del mercado de trabajo. Uno de ellos es de los ‘salarios de eficiencia’, es decir, el nivel salarial que implica mayor implicación de los trabajadores en la producción y, en consecuencia, un nivel de productividad más elevado que en el resto de las empresas. Eso lo demostró Ford cuando dobló el salario de sus trabajadores y, desde ese momento, la productividad se disparó y, por ende, los beneficios de su empresa. Pues bien, en tiempos de crisis como la que estamos viviendo, al confundir competitividad con precios bajos, se ha abandonado ese concepto de forma que nadie se ocupa de él y las consecuencias pueden ser terribles.
Otro concepto que parece abandonarse en busca de esa competitividad es el ‘know how’, el conocimiento propio de las empresas que nadie está intentando conservar y que, en el supuesto de una recuperación de la actividad, la mayoría de las empresas tendrán problemas en adaptarse de nuevo y volveremos a perder esa ventaja que ahora, vía precios por los despidos, hemos conseguido. Y ese concepto va unido a otro que conocemos como el ‘salario de reserva’, es decir, aquel que los trabajadores deben tener para mantener un mínimo nivel de vida.
Además existen ciertos hechos en esta crisis que me hacen replantearme si estamos en el buen camino o nos estamos confundiendo en las medidas. Porque en el año 2007 la distribución de la renta en España era 50/50 entre renta empresarial / renta salarial y en la actualidad ese ratio es algo así como 55/45, es decir, se ha sesgado hacia la renta empresarial descompensando el reparto.
Tenemos también el hecho irrefutable que nuestra economía ajusta siempre por el lado de las cantidades y no de los precios. Por ejemplo, con un mercado inmobiliario colapsado y con una actividad paralizada, en vez de producirse rebajas en el precio y disminuciones de la oferta, se produce un stock de viviendas sin vender (hasta un millón de viviendas vacías); o un mercado laboral que en vez de producir un ajuste de salarios expulsa trabajadores y cierra empresas. Todo ello se debe a la falta de competencia en esos mercados, pero no son los únicos: electricidad, petróleo, distribución, etc, son mercados que deberíamos reformar con el objetivo de introducir mayor competencia y así mejorar la asignación de los recursos.
Todo ello parece indicarnos que no estamos obteniendo resultados razonables en la reforma de nuestra economía y que, después de un periodo de espejismo en la supuesto recuperación (cuando se produzca) nos conducirá al mismo punto anterior y, en consecuencia, a los mismos síntomas y errores que estamos cometiendo en la actualidad.
Lo primero que deberíamos estar haciendo es buscar una forma de competencia distinta de la actual, es decir, nunca tendremos costes laborales tan bajos como los países del sudeste asiático. En primer lugar porque las condiciones sociales nunca serán iguales (jornadas, seguridad social, pensiones, desempleo, salud laboral, etc), y los salarios, por consiguiente, menos aún. Por lo tanto, si no podemos competir con los costes laborales, debemos encontrar algo que nos permita hacerlo. Y ese algo es el valor añadido, que debe encontrarse en la I+D+i. Debemos hacer un esfuerzo extraordinario en la inversión en investigación que proporcione mayor valor añadido y, en consecuencia, mayor productividad. Y debemos mejorar esa productividad también en el marco de la educación y la formación. Trabajadores mejor formados permiten una adaptación más rápida y efectiva a las empresas y, en consecuencia, mejores productos y servicios. Y si invertimos en formación, mejoras rápidas en los nuevos procesos. Justo lo contrario que estamos haciendo en la actualidad.
En segundo lugar, debemos redefinir las relaciones laborales de nuestras empresas, de forma que se mantenga el know how, se alcancen salarios de eficiencia y se garantice el salario de reserva que permita la adaptación de las estructuras productivas sin desprenderse de lo único que las hace únicas: su fuerza laboral. Se han establecido distintos modelos para el mantenimiento del empleo en la economía, como es el caso del modelo alemán (basado en compartir el salario de eficiencia entre las empresas y el estado a través de los minijobs), o el modelo austriaco (eliminando trabas a la movilidad de los trabajadores con la creación de una especie de fondo de reserva que conjuga desempleo, indemnización y pensión). Son todos loables intentos de solucionar un problema que no garantizan la inmunidad a los problemas económicos generales. Creo que lo más razonable es provocar la flexibilidad salarial interna de las empresas de forma que el salario se componga de una parte fija que represente el salario de reserva y una parte variable que se vincule a la productividad de forma que la distribución de rentas se aproxime a la proporción 45/55 y se provoque que se alcancen los salarios de eficiencia en función de la evolución de la situación. Esto provocaría dos cosas importantes: en primer lugar, el ajuste se produciría automáticamente ante las crisis económicas y, en segundo lugar, se mantendrían los puestos de trabajo fundamentales en las empresas de forma que no se perdiera todo el conocimiento necesario para la producción.
Y, en tercer lugar, deberíamos estar buscando cómo maximizar los beneficios de aquellas actividades en las que somos especialmente competitivos. Es decir, si tenemos, por ejemplo, uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo (y también de los más baratos) deberíamos centrarnos en cómo poder explotarlo en beneficio de los propios ciudadanos. Si somos capaces de ‘vender’ nuestro sistema sanitario al resto de países europeos (por poner un ejemplo), con esos ingresos podríamos mantener el sistema, reducir el déficit y dedicar parte a la investigación. Y para ello, en vez de poner trabas a la intervención de los extranjeros, deberíamos centrarnos en que la Unión Europea establezca un fondo de compensación que posibilite la movilidad y compense los costes de un sistema. Es sólo un ejemplo, aunque podríamos hablar de otros sectores (agricultura, pesca, energías renovables, etc) en los que tendríamos que centrarnos. En definitiva, encontrar motores de nuestro crecimiento futuro que actúan como palancas.
Aunque las cifras del sector exterior hayan mejorado, ese espejismo no debe cegarnos y comprender que realmente no estamos cambiando nada en nuestra estructura económica que nos permita vislumbrar el futuro con garantía de mejora de las condiciones y, por consiguiente, ante una nueva crisis o recaída de la actual, los problemas seguirán siendo los mismos y los ajustes también.
Y seguiré siendo el economista perplejo.
@juanignaciodeju
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