Últimamente el optimismo nos rodea. Parece una película del oeste cuando el ejército rodeaba a los indios para derrotarles. Todo el mundo se empeña en decirnos que vamos a mejorar. Es evidente que vamos a mejorar, si no fuera así mejor nos vamos, pero otra cosa distinta es que las cosas estén mejorando.
El optimismo desbordante se fundamenta, principalmente, en dos motivos: la mejora del saldo exterior español y el descenso de los costes laborales unitarios. Veamos qué está pasando.
En primer lugar el sector exterior. El optimismo aparece como consecuencia de un hecho inédito en la economía española desde la introducción del euro: hemos tenido superávit exterior. Y no pequeño, de cerca del 1% del PIB. Es una gran noticia que debería alegrarnos a todos, pero hay que matizarla convenientemente para no llevarnos a engaño. Han crecido las exportaciones, es verdad, de forma moderada por dos causas fundamentales: la devaluación interna que nos han obligado a hacer, pero también la debilidad de la demanda externa causada por el austericidio que se ha impuesto.
La devaluación interna ha empezado a dar sus frutos, con la caída de los precios relativos de los productos españoles que nos permite vender al exterior nuestros bienes. Es una cosa que había que hacer, y que debería ser el apoyo de nuestro crecimiento futuro. No creo que lleguemos a la exageración de Morgan Stanley (“España puede terminar siendo Alemania y Alemania España”), pero si deberíamos ponernos manos a la obra para que eso no sea flor de un día. Tendríamos que empezar a cambiar nuestra estructura productiva para garantizar empresas más competitivas en el mercado exterior y formar a los trabajadores para poder mantener esas relaciones. Y debemos recordar que nuestro principal hándicap se encuentra en nuestro nivel de idiomas extranjeros. Podríamos haber ido más rápido con la devaluación fiscal que algunos hemos propuesto, y seguro que habríamos llegado más lejos.
Pero, fundamentalmente, el gran avance se ha producido porque han disminuido mucho las importaciones. Y éstas dependen de nuestro nivel de renta. Con la caída que hemos sufrido como consecuencia de la política practicada, es lógico que no compremos productos del exterior, entre otras cosas porque no tenemos renta para ello. El problema es qué pasará cuando crezca nuestra renta otra vez. Probablemente volveremos a comprar productos importados y, obviamente, nuestro saldo exterior empeorará. Es sólo una previsión pesimista.
La otra mejora que hemos tenido ha sido la disminución de los Costes Laborales Unitarios (CLU). La mejora se ha basado en dos factores: la moderación de los salarios, operada por la situación y la reforma laboral, y el incremento del desempleo, también por las medidas que son posibles aplicar. Ambas noticias no son positivas, porque tampoco auguran un futuro prometedor. Cuando mejora la situación probablemente tendremos colectivos de trabajadores que empezarán a recuperar niveles previos de salarios y empleo, sin que ello implique una mejora de la productividad y, en consecuencia, una mejora sostenible de nuestra competitividad exterior.
Y luego hay alguna noticia que no es mediática pero que si es de reseñar: la estabilización de los mercados financieros. No lo digo por el mercado de deuda, que continúa con síntomas preocupantes con las primas de riesgo a la espera de lo que haga (o prometa el BCE), sino por la gran inyección de fondos que hemos hecho todos los españoles con la reestructuración del sistema bancario, que ha provocado que los bancos empiecen a pensar en otra cosa distinta de la estabilización, es decir, en el negocio bancario propiamente dicho. Es un proceso lento, probablemente tarde dos años en normalizarse del todo, pero parece que puede ser una noticia positiva.
Por lo demás, no encuentro ningún motivo de esperanza en los datos que hemos conocido hasta el momento, y las previsiones tampoco parecen ser muy alentadoras. En fin, que habrá que esperar a ver la evolución económica a medio plazo.
@juanignaciodeju
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