Me pongo a escribir esto sin conocer todavía ningún programa electoral para la nueva cita del 26J pero con ánimo de poner sobre la mesa el problema de los populismos y su influencia en el ánimo de la gente. Para ello no tenemos sólo que fijarnos en los movimientos contemporáneos, sino que se hunden en raíces más profundas.
Cuando ocurre la crisis de los ochenta, con el incremento del precio de las materias primas y el incremento del desempleo, J.M. Le Pen surge como una figura política de primer nivel que empieza a ganar adeptos a su causa basándose en la política de denigrar al emigrante culpándole del incremento del desempleo en Francia. Por aquel entonces los llamados líderes de la izquierda no supieron (o no quisieron) contrarrestar sus argumentos y su popularidad subió como la espuma. Hasta el punto de que termino disputando la presidencia de la República con Chirac Obviamente ganó este último porque los votantes socialistas, angustiados por la situación, se volcaron con el líder del centro derecha. Pero ahí estuvo el tema. Eso ocurrió exactamente en las elecciones de 2002.
La pregunta es cómo pudo ocurrir. La respuesta es muy sencilla: Le Pen empezó diciendo que los franceses estaban en paro porque los emigrantes les quitaban el trabajo. Y claro, si uno está en paro puede hasta comprar el argumento, sobre todo si nadie lo contradice. Cualquiera de mis alumnos de Macroeconomía podrían contestar a esa cuestión y derrumbar el argumento, desde un punto de vista teórico, sin muchos problemas. La verdad es que la presencia de inmigrantes no sólo no crea desempleo, sino que ayuda a reducir la tasa de desempleo natural de esa economía y a incrementar el nivel de renta potencial. Y todo ello manteniendo el salario real. Todo en su justa medida, lógicamente, pero eso es así. Luego que alguien utilice ese argumento en un momento de desesperación colectiva debe servir para que sea descalificado inmediatamente para evitar que la bola crezca. Pero no se hizo y acabó como he contado.
Y esas elecciones se producen en el momento de la aparición del Euro como moneda, que ocasionó un repunte del desempleo y una pequeña desaceleración de la economía. Mis alumnos también pueden explicarlo sin grandes problemas. De ahí ese odio visceral que determinados sectores de la ultraderecha tienen al Euro, al que acusan de generar desempleo. Y últimamente esto mismo está ocurriendo con las izquierda más radical.
Porque ultimamente esto del populismo ha dejado de ser patrimonio de la ultraderecha para hacerse trasversal hacia el otro polo. Y nos encontramos con que en situaciones de tremenda adversidad muy mal gestionadas por los tecnócratas europeos secundados por los comisarios que, actuando como funcionarios de lujo de los presidentes, han aplicado recetas probablemente bien intencionadas pero muy mal diseñadas. Y peor implementadas. Pero han dado paso a propuestas irreales que dejan tremendamente perplejo a este humilde economista.
Siempre he sido crítico con la 'austeridad expansiva' aplicada por Merkel y he abogado por mantener o, si era posible, incrementar el gasto como medida para mantener o incentivar la economía. Pero proponer que el presupuesto se incremente un 25% de golpe es hacer saltar por el aire no sólo el estado del bienestar y la economía, sino el futuro de nuestro nietos y biznietos. Y eso nos lo venden como una suerte de justicia social que hay que hacer para devolver el protagonismo 'al pueblo'. Y, claro, oponerse a ello puede ser hasta contraproducente. No me imagino al líder de cualquier partido socialdemócrata criticando esos postulados en público. Pero todos sabemos que es imposible. Y nadie lo dice.
El argumento que se aplica es de lo más pueril: nos dicen que eso sería simplemente acceder a la media de gastos público de la Unión Europea. Y es cierto, pero es inadecuado plantearlo así. Una vez admitido el error, es muy fácil que la gente que esté en situación desesperada (y hay muchos) compren el argumento populista de que 'vamos a rescatar personas y no bancos'. El problema es que hay que rescatar a los bancos. Luego no es tan fácil.
Llevo mucho tiempo pensando en cómo podríamos encajar esas políticas activas de gasto público (con esos incrementos tan brutales de gasto público) en el modelo y siempre llego a la misma conclusión: dentro del euro es imposible. Como ellos también llegan a la misma conclusión, la solución que proponen es siempre la misma: si el euro no admite esas políticas habrá que abandonar el euro. Lo que no dicen, y creo que deberían hacerlo, es que abandonar el euro sería la ruina de, por lo menos, dos generaciones. Y el argumento es el mismo: 'el euro tiene que estar al servicio de los ciudadanos'. Y es impecable, pero falso. La estabilidad de las monedas es la plena garantía de la estabilidad de los ciudadanos. Ese mismo convencimiento ha tenido el primer líder que se enfrentó al problema: Alexis Tsipras. El planteamiento de abandonar el euro le costó un corralito financiero con restricciones al movimiento de capitales. Y toda una política basada en la 'austeridad expansiva' con subidas del IVA, bajada de las pensiones y demás. Y proponía lo contrario.
En fin, que no intento pontificar sobre nada. Creo que hay que ser realistas y pensar las cosas antes de lanzar ideas que no pueden aplicarse. Porque hay una cosa en la que coinciden todos los populismos: si hay que salir del euro, se sale. Y eso me deja perplejo. Aún más de mi estado habitual. Sigo proponiendo unas clases de economía. Las financiaría el Estado y yo sería el profesor. Eso si que sería expansivo. Por lo menos para mi.
@juanignaciodeju