En estos días estoy leyendo opiniones muy diversas sobre la solución a los problemas de la economía española y muchas de ellas se centran en la ‘solución milagrosa’ de la salida del euro. Como es una solución que se está poniendo de moda, podemos intentar hacer economía ficción con ella y aproximar un análisis de las consecuencias y las posibilidades.
Lo primero que tenemos que hacer es preguntarnos por qué, es decir, cuales serían las ventajas de tamaña operación financiera para España y cuál sería la senda a seguir por nuestra riqueza. Tendríamos dos ventajas de la salida del euro:
1.-En primer lugar, al recuperar nuestra moneda, podríamos volver a las devaluaciones competitivas como medio para el crecimiento de la producción. Produciríamos con la misma tecnología que nuestros ex socios pero nuestro tipo de cambio nos haría mucho más competitivos, lo que podría significar un fuerte impulso económico. Lógicamente, sometidos a nuevas depreciaciones o apreciaciones de moneda que pudieran ocurrir.
2.- En segundo lugar, podríamos rediseñar el esquema de funcionamiento de nuestro Banco de España para que fuese más activo en la política monetaria y posibilitase la transición con dinero nuevo, introduciendo el elemento transcendental en la política monetaria que es el de ser el prestamista de última instancia.
Como ventajas, no se me ocurre ninguna adicional. Son potentes las dos reseñadas, pero ahora hay que analizar los inconvenientes y ponderar la solución. Hay que considerar que, a diferencia de un proceso de integración, las salidas no pueden planificarse con tiempo, deben hacerse por sorpresa y de forma enérgica.
1.- Redenominación monetaria. Hay que redenominar todas las anotaciones contables del país en la nueva moneda, que, para simplificar, llamaré peseta. Eso provocaría una parálisis de la producción de unos días mientras se aplican las soluciones informáticas que tuviéramos a mano o aquellas que deberíamos fabricar. Adicionalmente, se producirían unas vacaciones bancarias, es decir, los bancos tendrían que cerrar por unos días para aplicar el cambio de la denominación.
2.- Convivencia de las monedas. Dado que no habría tiempo para la emisión del nuevo papel moneda, durante un periodo tendríamos que hacer convivir dos monedas simultáneamente, de forma que volveríamos al doble etiquetado, al cálculo mental, etc. Aunque inicialmente ese cambio sería 1 euro = 1 peseta. El gobierno tendría que velar por no permitir una depreciación inicial de la moneda para evitar mantener durante un periodo muy largo de tiempo un corralito financiero. Se produciría una distorsión en el sistema de precios, con lo que una solución puede ser la vuelta a un sistema de precios regulados de forma que se limitaría la competencia y algunas empresas quebrarían.
3.- Aparición de un corralito financiero, entendido como la imposibilidad legal de movilidad del capital fuera de nuestras fronteras (incluso dentro, como ocurrió en Argentina), ni siquiera mediante transacciones electrónicas. Con esto evitaríamos la salida de capitales, pero paralizaríamos la actividad comercial internacional de España y, en consecuencia, tendríamos un periodo de autarquía no deseable por ningún medio, con incrementos de precios dada la desaparición de la competencia exterior que se produciría.
4.- Inflación. Una vez cambiadas todas las monedas y puesta en circulación la peseta, deberíamos volver a las cotizaciones en el mercado para procurar el comercio de nuestros bienes y la compra de productos extranjeros, lo que ocasionará una depreciación inmediata de nuestra moneda y, en consecuencia, una fuerte inflación que deberemos atajar. Por ejemplo, con la pérdida de competividad de la economía española en los últimos años, nuestra moneda debería depreciarse un 50% como mínimo, con lo que el euro valdría 1,5 y la mantequilla alemana, que ahora compramos en el supermercado por algo así como 2 euros pasaría a costar 3 pesetas, reflejando la subida del 50%. Además, dada la estructura productiva que tenemos y fuera del paraguas del euro, probablemente la moneda volvería a mostrar nuestra debilidad y el tipo de cambio alcanzaría en poco tiempo el nivel de introducción del euro, lo que ocasionaría un fortísimo incremento de los precios y, en el peor de los casos, una hiperinflación alimentada por la liquidez que, necesariamente, debe poner en circulación el Banco de España para paliar inicialmente la situación.
5.- Salida de la Unión Europea. Como no cumplimos nuestros compromisos, se produciría la salida inmediata de la UE y, en consecuencia, la pérdida de los derechos adquiridos y, quien sabe, la devolución de las ayudas recibidas (o parte de ellas).
6.- Depreciación del valor de nuestros activos. Lógicamente, nuestras deudas y nuestras rentas se denominarían en la nueva moneda, la peseta, con lo cual ahora deberíamos al banco, por poner un ejemplo, 150.000 pesetas, en vez de los 150.000 euros anteriores. El problema vendría por la depreciación del valor de los activos, que lo convertiría prácticamente en baratijas una vez aplicada la depreciación de la moneda de forma que serían comprados por los inversores extranjeros. De la misma manera, se actualizarían también nuestros salarios, con lo que pasaríamos a cobrar en pesetas. Todo esto implica un fuerte empobrecimiento de la economía, situándonos al nivel de las naciones del tercer mundo en todos los aspectos.
7.- Grandes quitas de las deudas, tanto publicas como privadas, dado que con el cambio de moneda, la depreciación y la inflación que se va a generar harían imposible para el Estado y los particulares pagar las deudas. El problema principal es que nuestras deudas externas seguirían nominadas en la moneda fuerte, en este caso el euro, pero nuestra capacidad de pago está ahora depreciada por la nueva moneda, más débil después de la depreciación sufrida. Además, nos encontraríamos con el cierre de los mercados financieros internacionales y no podríamos encontrar financiación exterior en tanto y cuanto no pagáramos lo que debemos, una vez producida la quita.
El efecto sobre la economía sería, inicialmente, una fuerte caída de la renta adicional a la que ya estamos teniendo para, al cabo de un par de años, iniciar una recuperación que, dependiendo de varios factores, será más o menos intensa. Las experiencias previas (Argentina, Rusia) indican un periodo de 4-5 años para alcanzar el nivel anterior a la salida, pero las situaciones de partida no son comparables con la española y, en consecuencia, no podemos predecir la evolución, que probablemente sería peor en el caso Español.
En consecuencia, desde mi punto de vista, sería no deseable plantear esta situación, y buscar otras soluciones más razonables.
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