La curva de Phillips es un instrumento que se utilizaba en la política económica para determinar una relación entre inflación y desempleo y que fue muy importante durante los años 50 y 60 del siglo XX. Según esa interpretación, un gobierno podía elegir una cantidad de inflación a cambio de un determinado nivel de desempleo, bastaba para ello poner en marcha las medidas que considerara oportunas. Sin embargo, Robert Lucas y Milton Friedman realizaron una crítica a esta teoría que resultó ser importante en economía: si el gobierno anuncia una determinada medida para establecer un determinado volumen de inflación y desempleo, como los agentes económicos cuentan con toda la información y son capaces de interpretarla convenientemente, no será efectiva y lo único que se conseguirá será una variación de la inflación sin repercusión en el empleo. Ese mecanismo que ‘filtra’ las medidas es lo que los economistas llamamos Las Expectativas Racionales.
Establecido el concepto lo importante es ver si se cumple dicho enunciado. Y, efectivamente, se cumple. Inicialmente la crítica a la teoría de la curva de Phillips realizada por Friedman y Lucas cambió el concepto mismo de la curva, estableciendo un concepto nuevo que resulta más o menos complejo de comprender: la tasa de desempleo no aceleradora de la inflación (tasa NAIRU). Es decir, existe una tasa de desempleo que provoca que la inflación no tenga tendencia creciente.
Esta introducción me sirve para analizar dos cosas que he empezado a leer en algunos medios y que me han dejado un poco más perplejo: la primera, la opinión de que la Reserva Federal, con la QE3 puesta en marcha la semana pasada, pretende intercambiar un ligero incremento de la inflación con una disminución del desempleo; la segunda, las crecientes dudas de nuestro presidente del Gobierno en relación con el rescate (o ‘asistencia financiera’ que le llaman ahora) de la economía española.
En la introducción ya queda claro que lo que supuestamente pretende la Reserva Federal no va a ocurrir, y mucho menos de forma duradera en el tiempo. Más bien pretende acomodar la política fiscal con la monetaria para eliminar los posibles efectos negativos de la primera sobre la economía. Y de esa manera acercar la economía a la tasa NAIRU de forma que no aparezcan efectos perversos, especialmente la deflación.
Alguien se preguntara ¿no estáis un poco esquizofrénicos los economistas con eso de los precios que si suben es malo y si bajan también?, es decir, si la inflación es mala, ¿por qué es también mala la deflación?. La respuesta es evidente: la deflación es mucho peor que la inflación, en cuanto que destruye actividad económica a un ritmo mucho mayor que la inflación y, por consiguiente, hay que evitarla a toda costa. Lo que desde un punto de vista del consumidor individual puede ser positivo (que los precios sean cada vez más bajos), desde el punto de vista macroeconómico es perverso, ya que desincentiva las compras de bienes dado que esperaremos que éstos continúen bajando de precio de forma indefinida. El ejemplo más claro lo tenemos en el mercado inmobiliario español: si pensamos que los precios de los pisos van a continuar bajando, ¿por qué invertir ahora en ellos si serán más baratos en el futuro? Ese comportamiento colapsa el mercado haciendo desaparecer inversión, empresas, valor y actividad.
Con respecto a la segunda de las noticias, las dudas de nuestro presidente para solicitar el rescate, ponen en evidencia que por mucho que nos empeñemos en divulgar las relaciones económicas y los conceptos de forma muy simple, siempre quedará alguno no asimilado y se cometerán errores de bulto. Con las repetidas solicitudes de ayuda al BCE realizadas por los miembros el gobierno español de las últimas semanas forzando al establecimiento de unos criterios de actuación por parte de la institución monetaria, una vez obtenidos éstos, estamos obligados a solicitar el rescate más pronto que tarde. Sin embargo, el presidente está demorando la decisión pensando que la mejora de la situación provocada por el anuncio de Mario Draghi va a ser permanente y le va a evitar el estigma de solicitar la ayuda. He leído en algún medio de comunicación que el gobierno estima que si se mantienen las condiciones actuales en el mercado de deuda no necesitará pedir la asistencia financiera. Y en ese gobierno se sientan, si no me confundo, al menos 3 economistas.
Pues la realidad será muy distinta. Por mucho que la subasta de letras de hoy y de bonos del jueves sean positivas, será inevitable que el gobierno español pida el rescate, ya que el mero anuncio indirecto del mismo, al ser conocido por los agentes económicos y ser capaces de prever el resultado, ha operado ya en contra de la economía española y cualquier demora provocará un empeoramiento de las condiciones. Una vez más operan en el mercado las expectativas racionales de los agentes que anticipan las decisiones. Como vamos a solicitar el rescate, ahora los inversores están más seguros y aceptan el riesgo; si no lo hacemos, el mercado se hundirá y acabaremos obligados a la solicitud aunque empecemos a crecer al 10% anual. Es lo que tienen las expectativas racionales: una vez puestas en marcha es imposible dar marcha atrás.
Por lo tanto, un retraso en la solicitud por el gobierno únicamente va a generar un empeoramiento de la situación y la necesidad de adoptar medidas cada vez más drásticas para intentar convencer a los mercados de nuestra buena voluntad. Y lo peor del caso es que si se están aplicando cálculos electorales, como ocurrió con los presupuestos, la situación se va a hacer inmanejable incluso después de solicitar la ayuda de Europa y corremos el riesgo cierto de terminar como Grecia. Son las expectativas racionales quienes nos forzarán a ello. Y mucho más pronto que tarde.
@juanignaciodeju
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