viernes, 20 de diciembre de 2013

EL MAL LLAMADO MERCADO ELECTRICO ESPAÑOL



¿Cómo funciona un mercado? En el plano estrictamente económico, teórico, un mercado funciona como interacción de dos fuerzas: la oferta y la demanda. La conjunción de ambas provoca un equilibrio que determina un precio y una cantidad que libremente se intercambian en el mercado. La demanda depende básicamente del precio del bien (hay otras variables, como es el precio de los bienes sustitutivos, la renta, los gustos) y es una dependencia negativa, mientra que la oferta depende también del precio del bien pero siendo directamente proporcional.

En el plano de la teoría, una disminución de la demanda debe provocar necesariamente una disminución del precio (la secuencia sería que se provocaría un exceso de oferta que haría que el precio bajase) lo mismo que un incremento de la oferta, que igualmente provocará una disminución del precio.

Bien. Pues todo eso, que los economistas llevamos explicando desde el siglo XVIII y que hasta el momento ha funcionado más o menos correctamente, con el sector eléctrico español ha dejado de existir. Y digo esto porque en la subasta de ayer hay una bajada de la demanda, y el precio sube un 26%. ¿Cómo es posible?

Afortunadamente los economistas somos gente espabilada que podemos analizar cualquier cosa (a toro pasado, claro está) y podemos predecir con exactitud lo que ha ocurrido. Eso es una gran ventaja de esta ciencia: somos capaces de no confundirnos en la predicción del pasado. Bien, pues la situación que se ha producido sería posible si se hubiese reducido la oferta. Una reducción de la oferta de una magnitud suficiente sería capaz de provocar que, aunque disminuya la demanda, el precio se incremente.

Dando por sentado este criterio, lo cual puede resultar hasta excesivo, tendríamos que ver quién o quiénes componen la oferta para ver si es posible esa situación. Igualmente, habría que ver quién o quiénes componen la demanda para analizarla.

La oferta la componen todas aquellas empresas que ofrecen electricidad en España. Hay unas cuantas, por lo que aparentemente el mercado debe funcionar correctamente dado que se evita que una pocas empresas puedan influir con sus decisiones en el precio. Aquí incluimos a las hidroeléctricas, nucleares, solares, eólicas, de carbón, petróleo, gas, etc. La mayoría participadas por las grandes empresas de electricidad de España. Luego realmente el mercado está más cerca de un oligopolio. Ahí tenemos un problema que habría que solucionar.

Por el lado de la demanda la cosa tampoco pinta clara: las empresas distribuidoras, es decir, las que van a comprar la electricidad en este mercado mayorista, son también las grandes empresas eléctricas. Luego aquí si podemos decir que dominan el mercado generando un oligopsonio. Pero es que el mercado funciona de forma que estas empresas venden la electricidad a otras que son las comercializadoras. Luego las mismas empresas eléctricas son: oligopolistas en el mercado de producción; oligopsonistas en el mercado de producción y oligopolistas en el mercado de comercialización.

Y encima tenemos una ley que garantiza a las empresas eléctricas que van a cobrar el kw/h al precio de la energía más cara. Es decir, si nosotros pagamos por poner un ejemplo 1 euros por el Kw/h y el coste de la fuente más cara es de 1,5 euros, los 50 céntimos estamos obligados a pagárselo a las empresas. De ahí nace el famoso déficit de tarifa. ¿Influye en algo de dónde proviene la energía que consumamos? No. Si nuestra empresa eléctrica nos aporta exclusivamente kw de energía nuclear, una de las más baratas, da igual y la empresa cobrará como si toda la energía proviene de la solar, una de las más caras.

Bien. En estas circunstancias va el gobierno y le dice a las eléctricas que no le va a pagar 3.600 millones de euros del déficit de tarifa. ¿Qué ocurre? Que desde aquella declaración las empresas eléctricas se pusieron en alerta y maniobraron para conseguir ese dinero de una u otra forma. Negociaron con el gobierno, pero no tuvieron lo que querían, es decir, el pago inmediato de los 3.600 millones. El gobierno les dijo que se lo avalaría. Y el precio empezó a subir. Si existe el mercado como tal, la conclusión es clara: las empresas eléctricas han decidido reducir la oferta hasta conseguir lo que quieren: los 3.600 millones por la vía que sea. O se lo cobramos a los consumidores (subida del 26%) o al gobierno vía deuda pública. Y en medio, decenas de empresas, grandes consumidores de energía, que han tenido que cerrar temporalmente para poder producir en el futuro. Y la batalla final se produjo ayer.

Sería complicado explicar en qué consiste la subasta eléctrica, pero puedo decir que básicamente es una subasta a la baja: se parte de una cantidad y un precio que demanda las empresas por lotes y las oferentes pujan por ellos. Si son las mismas empresas las que demanda y las que ofrecen, ¿no es muy fácil manipular el mercado? La respuesta es si. Pero no por la subasta de ayer, que ha sido descarado, sino por la de todos los trimestres.

Por eso es urgente una reforma del sector eléctrico español que haga dos cosas: por un lado, desvincule a los demandantes de los oferentes. No es posible que una misma empresa esté en un lado del mercado y en el otro. No habrá competencia real. Que las grandes decidan dónde quieren estar, si produciendo electricidad o demandándola. Y por otro permita a las empresas comercializadoras acudir al mercado como distribuidoras, de forma que se rompa el oligopolio y aparezca la competencia. Y con respecto al déficit de tarifa, dado que es muy complicada la diferenciación, establezcamos que el precio que debe regir en el mercado es la media de las fuentes de producción en los últimos 12 meses, de forma que la tarifa sea capaz de equilibrar el mercado.

Falta por determinar qué hacemos con la parte regulada, es decir, aquella donde nos meten todo lo que quieren y un poco más. Desde moratorias nucleares hasta bonos sociales. Incluso los famosos peajes de acceso que estableció el ministro Soria están ahí metidos. Es decir, algo hay que hacer sobre esa parte que representa el 60% del recibo. Lo primero es desenmascarar a las empresas: si levanto la moratoria nuclear, y te dejo hacer centrales, ¿renuncias a esa parte del recibo? Van a contestar que no, que están muy contentas como están y que no piensan invertir ahora en centrales nucleares. Por lo tanto, quitémosla ya.

Los peajes de acceso son los costes que tienen las empresas por acceder a la red. Es decir, los consumidores también pagamos por el coste de las empresas de acceder a la red.

Y así podríamos seguir enumerando cosas que no tienen sentido en un recibo de la luz que, desde el 2004, es decir, hace 10 años, se ha encarecido un 71%. Y contra esto la Comisión Europea no recomienda nada para que baje, más bien que siga subiendo hasta ahogar a los consumidores que no importamos nada.

Cuando alguien ponga en orden este mercado dejaré de estar perplejo. Mientras tanto continúo con mi estado, aumentando un 26%.



@juanignaciodeju



lunes, 9 de diciembre de 2013

QUO VADIS, ESPAÑA?

Seguimos asistiendo atónitos al espectáculo ministerial de vender la piel del oso antes de cazarlo, por mucho que le tengamos rodeado y apuntando directamente a su cabeza. No podemos estar diciendo todo el día que la economía está fenomenal cuando la gente sigue pasando penurias y cada vez más.

Pero si rascamos un poco en la superficie de los datos coyunturales, esos que el ministro Montoro está exhibiendo todos los días, nos damos cuenta que tenemos un problema mucho mayor que conseguir que el déficit se estabilice (cosa que no vamos consiguiendo) o que la deuda no crezca (que esta disparada) o que el PIB deje de caer (eso si es verdad). Ni siquiera es importante que el paro disminuya unos pocos miles o aumente después. Eso son sólo pequeños movimientos de la coyuntura que no anticipan nada. Miremos más a largo plazo.

Y más a largo plazo tenemos que fijarnos, desde un punto de vista económico, en unas pocas cosas que cada vez van algo peor, lo que me provoca cierta desazón.

En primer lugar la educación. Lo primero que hay que desterrar es la idea de que más dinero invertido en educación provoca mejores resultados. Es evidente que no tiene por qué existir esa correlación, pero también que en nuestro país necesitamos la inversión para poder mejorar los conocimientos. Y no es salir mejor en la foto de los informes internacionales, convertidos en una suerte de arma arrojadiza, sino pensar en el futuro del estado como tal. Y para ello necesitamos una conjunción de intereses que pasen por encima de ideologías y de prejuicios. Es necesario ponernos de acuerdo en aquello que debemos considerar esencial, independientemente de las cosas accesorias. Y en eso estamos lejos no, lo siguiente. Y como es una actuación a medio plazo (los resultados tardarían en verse al menos 20 años) mientras tanto empecemos por lo más fácil que es facilitando los medios para educar y enseñar lo mejor que se pueda a nuestros jóvenes. Y la educación es garantía de un mayor nivel de riqueza en el futuro; la falta de ella, de convertirnos otra vez en la proveedora de mano de obra barata al resto del continente.

En segundo lugar, la demografía. El camino que llevamos no es que sea preocupante, es que ya ha traspasado todas las líneas y va a acabar en desastre. Una buena base de población provoca siempre un mejor nivel de vida futuro, tanto por el lado de la aparición de nuevas actividades en la sociedad como por el asegurarnos un relevo generacional tan importante. ¿Y qué se hace por mejorar? Nada es mucho en comparación con las políticas puestas en marcha por los distintos gobiernos, de un signo o de otro. No hay ayudas no monetarias a la conciliación de la vida familiar y laboral en forma de racionalización de horarios, de existencia de una red de guarderías, de mejora de los sistemas de acceso a los servicios sociales. Y monetarias tampoco: desaparecen las ayudas a las familias por la aparición de la crisis, los ayuntamientos dejan de ser la administración cercana en la que buscar los incentivos, … Cuando uno habla de políticas de apoyo a las familias se avergüenza al comentar lo que se hace aquí en España en comparación con otros países a los que pretendemos parecernos. Y un incremento de la población aseguraría nuestro sistema de pensiones. Fácil y placentero.

En tercer lugar, la sanidad. Hemos pasado de tener uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo (en algunas calificaciones era el primero y en otras el segundo) a tener un sistema sanitario camino del desguace tal y como lo conocemos en la actualidad, con profesionales desmotivados, en busca de su beneficio propio, jubilando a los médicos con mayor experiencia (que no edad), provocando la falta de financiación de las cosas más básicas, … Todo para cuadrar unas cuentas que tenían, y tienen, difícil cuadre. Y todo ello sin definir una cartera de servicios básicos para los que asegurar una financiación y dejar de lado una competencia desleal entre comunidades autónomas vecinas por obtener un puñado más de votos. Pensemos en definir una cartera de servicios de obligada financiación y establezcamos un sistema de copagos para el resto de la cartera de servicios que pueda ofrecer un gobierno regional. Es sólo una idea sin desarrollar. No lo toméis como algo definitivo.

Y por último, nuestro sistema político, con un nivel competencial de tal magnitud que es imposible descubrir la utilidad de ciertos puestos de trabajo en la Administración. No es de recibo que existan hasta cinco niveles administrativos más o menos desarrollados de forma generalizada (ayuntamiento, mancomunidad, diputación, comunidad autónoma y gobierno central) que se incrementarían si sumamos la realidad europea. ¿Dónde preguntamos por nuestra necesidad? Porque la administración pública surge para facilitar la vida a los ciudadano, no para complicársela aún más. Y en la actualidad el problema es que no vemos que se nos ayude, sino más bien que se ayuden los políticos a sí mismos. Una racionalización de la Administración en su conjunto sería la mejor reforma estructural que podría realizarse. Pero hay que pensar en una única palabra: ADMINISTRACION. Da igual el nivel que tratemos, sólo tenemos que contemplar una Administración.

Hace años algunas empresas ensayaron un sistema de administración descentralizada por productos, departamentos, etc. Fracasó y decidieron volver a un solo sistema. Nosotros lo hemos intentado: ya hemos visto que ha fracasado. No digo que haya que volver a una sola administración, lo cual sería imposible en la realidad actual (al menos pacíficamente), pero si en que independientemente del sistema que elijamos hay que mostrar al ciudadano que existe una única administración, de forma que uno pueda, por poner un ejemplo, solicitar cita al médico especialista del hospital que le corresponde a través de su ayuntamiento, al cual puede acudir más fácilmente, en muchos casos, que al centro de salud. Es decir, desarrollar el concepto de Administración Única tan manido y tan poco explicado. Y para eso es indiferente el desarrollo político, sólo es necesaria una voluntad de colaboración y de unificación de criterios que no existe en la actualidad.

Hay que profundizar en las reformas estructurales, que son la garantía de crecimiento futuro de la renta, lo que no implica hacer recortes. Y hay que estar menos pendiente de los demás, por mucho que sean tus jefes y manden mucho en Europa. Al menos eso opina este economista perplejo.





@juanignaciodeju

viernes, 20 de septiembre de 2013

ESTAFAS QUE NOS PERSIGUEN III: LA CRISIS


Uno que ya tiene unos años recuerda como a principios de los años 90 los ministros de economía de este país nos decían que el estado del bienestar era impagable y que tendríamos que renunciar a él. Y leía periódicos que decían que los gobiernos eran unos manirotos por aquello de gastarse el dinero en cosas tan ‘poco productivas’ como la sanidad, la educación, el desempleo. Y recuerda como un ministro de economía llamado Solchaga era el primero que se dedicaba a hacer reformas en el desempleo limitando los derechos de los ciudadanos.
Otro ministro de economía que ya lo fue en aquella época, Solbes, dijo solemnemente a la ciudadanía que aquellos que en los noventa tuvieran entre 40 y 50 años deberían pensar que no iban a cobrar una pensión del Estado. Y, por supuesto, los más jóvenes era evidente que pagarían las pensiones que nunca iban a cobrar.
Y había un país, Alemania, que se ponía ejemplo de reducción del estado del bienestar porque eliminó un derecho de sus trabajadores: el de pasar una semana al año a costa del estado en un balneario.
Es decir, que hace ya 20 años que, con motivo de una crisis económica ocasionada por la deuda (ya sea pública o privada) se nos amenazaba con que el estado del bienestar era inviable y que deberíamos pensar en liquidarlo.
Y los gobiernos ya nos decían que eso de que el Estado pagase la educación, la investigación y la sanidad de la población en general era inviable y que había que establecer un sistema de copago que posibilitara la supervivencia del sistema.

Es decir, hace 20 años que aquellos que influyen en la economía (que no los gobiernos, que de esto no saben) ya nos advertían que algo teníamos que hacer.
20 años después, después de una crisis de deuda (básicamente privada, no lo olvidemos) se nos dice que el Estado no puede pagar el sistema del bienestar y se nos empiezan a recortar los derechos: nos hacen pagar parte de la sanidad; nos hacen pagar una parte cada vez mayor de la educación no obligatoria; se deja de financiar el sistema de investigación con dinero público; se recortan los derechos laborales de los trabajadores lo que ocasiona una disminución salarial y, en consecuencia, de la renta y el consumo, … Se ha aprovechado que hay un problema para aplicar un programa económico de máximos que hemos evitado durante muchos años.
Y no es casualidad que en los países europeos, único continente con un sistema de protección social avanzado, los países centrales estén todos gobernados por gobiernos de un mismo color político, y que el único que no lo está, Francia, se le diga que tiene que actuar urgentemente antes de tener un serio problema de financiación.

Porque la crisis que estamos viviendo esta ocasionada por un sobreendeudamiento privado, especialmente en España. Cuando comienza la fiesta, allá por el año 2008, nuestro país tenía sólo un 50% de deuda, mientras que el sector privado ya estaba cerca del 300%. Luego no era un problema de insostenibilidad del sistema de pensiones, o de exceso de gasto del sistema sanitario, que lo había; ni de excesivos profesores en las aulas; era un problema de deuda privada lo que provocó que la economía frenase en seco y provocase lo que estamos sufriendo en la actualidad.  Y no era un problema de déficit público por el excesivo gasto sanitario del estado el que ocasionó que los bancos no pudieran financiarse en los mercados, sino la propia codicia de los directivos que acumularon deuda incobrable procedente de los derivados norteamericanos que ni ellos mismos sabían que los tenían.
A finales del año 2008, el primer ministro laborista del Reino Unido, Gordon Brown, solicitó solemnemente a los bancos ingleses que le dijeran cuántos de sus activos eran tóxicos para que el gobierno británico los comprase y así pudieran funcionar. No hubo respuesta. O no lo sabían o no lo querían decir.
Aquí se hizo algo parecido. El gobierno les dijo a los bancos que les avalaba deuda por importe de 150.000 millones de euros con tal de que la utilizaran para limpiar sus balances y deshacerse de los activos no útiles. El resultado lo conocemos todos: no lo hicieron y, al final, les tuvimos que nacionalizar (en el caso de las cajas, en primer lugar privatizar e inmediatamente después, nacionalizar: una jugada redonda, en sentido literal). Y la broma nos costó otros 40.000 millones adicionales.
Y, al final, la conclusión que los que mandan han puesto en boca de los políticos: ‘hemos vivido por encima de nuestras posibilidades’ no es una frase vacía, encierra toda la filosofía que nos están aplicando inmisericordemente a los ciudadanos. Pero con una salvedad: los que hemos vividos por encima de nuestras posibilidades éramos el sector privado; el ajuste lo estamos haciendo en el público.
Y tampoco es casualidad que los recortes se estén realizando en aquellas áreas donde el sector privado está más implantado: sanidad, educación, investigación. ¿Por qué ningún gobierno ha planteado, por ejemplo, la desaparición de todos los cuerpos de policía duplicados? ¿o del ejército, transfiriendo esa función a la OTAN?, ¿o de las embajadas, proponiendo la fusión de todas las delegaciones de los 27 en una sola?. No se generaría negocio, luego no es interesante.
En definitiva, que la crisis, que es cierta, se ha utilizado, como siempre, para aplicar unos postulados específicos, con el argumento de que no podemos hacer otra cosa. Y eso implica que dejamos de pensar por nosotros mismos y aplicamos las recetas que nos mandan, aun cuando estén equivocadas, que lo están a pesar de los resultados que nos estén vendiendo. Y que se aprovecha una cosa (la crisis de deuda) para eliminar aquello que no nos interesa (el estado del bienestar) sin que se produzcan protestas. Y al final hasta lo conseguirán.
 
 
@juanignaciodeju

viernes, 13 de septiembre de 2013

ESTAFAS QUE NOS PERSIGUEN II: LOS MERCADOS

La elucubración sobre el futuro que nos espera es un ejercicio al que me he dedicado en las últimas semanas con el objetivo de completar la serie de artículos que comencé con los bancos de inversión. Si no somos capaces de controlar el funcionamiento de los mercados financieros (y después de seis años de crisis, seguimos igual que al principio) abandono cualquier intento de reformar lo más básico y, simplemente, me dedico a elucubrar sobre cómo serán las cosas en el futuro en función de cómo han evolucionado hasta el momento actual.

Y en ese ejercicio me he sorprendido intentando conocer los mercados actuales y su evolución futura. Y he comprendido que, en la gran mayoría de los casos, son estructuras que tienden a la concentración y a la dispersión, situación contradictoria que pienso mantener. Tienden a concentrarse, creando inmensas estructuras empresariales que son capaces de dominar los mercados y, en lugar de continuar según el modelo económico del líder y seguidor, a dispersarse los demás en busca de nichos de mercado más específicos y que les permitan mantenerse, pero que rápidamente generan entradas de nuevos competidores y, en consecuencia, de estrechamiento de los mercados y abandono de las empresas.

Por ejemplo, los bares. Antes las cafeterías o los bares eran lugares indefinidos, que se mantenían por la inercia y donde no existían excesivas diferencias entre ellos, de forma que uno podía entrar en cualquiera y tomarse las mimas cosas. La diferencia la encontrábamos en la excelencia de la persona que se encontraba tras la barra. En la actualidad, se tiende a una concentración del negocio en pocas manos, existiendo cadenas de cafeterías como Starckbucks, donde uno se toma un café, o de restaurantes como los 100 montaditos o Cañas y Tapas, donde la especialidad es la misma. Y sólo termianrán sobreviviendo aquellos bares tradicionales donde exista una especialidad muy marcada en algo muy concreto, pero que les permita mantener una relación calidad / precio adecuada y, obviamente, unos beneficios suficientes para mantenerse en el mercado.

Eso implica que los mercados, tal y como los hemos estudiado hasta el momento en la disciplina de la teoría económica, están desapareciendo y generándose nuevos modelos que deberemos comprender y estudiar. Modelos que se basarán en la dualidad de Muy Grande/Muy Pequeño, es decir, algo donde podemos encontrar lo general (Muy Grande), donde no tendremos problemas de nada, y varias mucho más pequeñas que se especializarán en aquello que el otro no pueda abordar. Eso significa que todo aquello que no se adapte a este modelo tenderá a desaparecer. Si nos fijamos en los mercados de distribución, las grandes cadenas serán las dominantes en el futuro, pero existirán oportunidades de negocio en aquellos productos que no sean capaces de cubrir y que deberán ser abordadas por los Muy Pequeños. Es una fragmentación de los mercados evidente, que posibilita la concentración en pocas manos de grandes cantidades del mercado dejando las minucias para el resto, generándose nuevos mercados cada vez más pequeños y con muy pocos oferentes.

Esta estructura implica varios peligros desde el punto de vista de la economía. En primer lugar, la concentración implica disminución de la competencia, el dominio del mercado y, obviamente, la existencia de precios más elevados. Si cogemos el mercado de la distribución de petróleo en España, la concentración en pocas manos ha propiciado que los precios puedan subir en condiciones donde la teoría económica predeciría una bajada por la disminución de la demanda. O la electricidad, donde la concentración de la distribución implica que el precio no baja aun cuando la demanda disminuya. La teoría económica no explica esos procesos, al caer la demanda el precio debería bajar, pero está subiendo.

Y esta nueva forma de organizarse los mercados implica que la sociedad debe cambiar de forma de actuar y adaptarse a esta nueva realidad, donde tendrá más peso el marketing que la calidad y donde el éxito a corto plazo será más fácil, pero más complicado mantenerse a medio plazo. Al mismo tiempo, las superestructuras que se generan tendrán tal peso en la sociedad que se convertirán en sistémicas, de forma que el papel de los estados se modificará hacia protector de los muy grandes por su importancia en la economía. ¿Algún político podría aceptar que, por ejemplo, el Corte Inglés se declarara en quiebra? Parece que si eso fuera a ocurrir, la actuación del político sería la de ayudarle para evitar esa mancha.

Por lo tanto, tendremos sectores clave dominados por empresas clave. Y los estados deberán abandonar el capitalismo en ciertos momentos para ayudar a esas empresas clave en esos sectores clave, dejando todo lo demás al margen. No será posible que cualquier gobierno deje caer a una empresa como Endesa, aunque le dará igual que se hundan todas las empresas generadoras. Ni, por supuesto, podrá dejar que una empresa como Repsol desaparezca, aunque le importará poco que la gasolinera de la esquina tenga que cerrar. Ese es el modelo que se está construyendo y al que nos tendremos que ajustar, aunque no nos guste.

Ya lo hemos visto con los bancos y en el futuro lo veremos con todos los demás sectores clave de la economía. Por lo tanto, lo primero que tendríamos que hacer es empezar a crear estructuras de salvamento de esas empresas, mecanismo de regulación de las actividades y tasas específicas para la resolución de los problemas. Cualquier cosa que no vaya en ese camino nos conducirá a situaciones como las vividas con los bancos.

Aunque lo más racional sería modificar el funcionamiento de los mercados, establecer de nuevo la competencia, liberalizar los sectores y evitar la concentración de las empresas generando oligopolios u oligopsonios. Pero eso es lo racional, no lo habitual. Y ya no espero nada de racionalidad en los que mandan.





@juanignaciodeju

jueves, 11 de julio de 2013

Y LA ECONOMÍA SE ESTABILIZA. FUTURO EN FORMA DE L.

Al final parece que la economía española se está estabilizando, que ya no va a caer más y que dejaremos de perder capacidad productiva. Después de siete trimestres consecutivos y de 6 años de crisis profunda, los indicadores empiezan a mostrar que hasta aquí hemos caído. Es una excelente noticia, sin duda, pero está llena de sombras.

La primera de ellas (y la más evidente) son los 6 millones de personas que están en el desempleo. De ellos, los 4 millones que han perdido su trabajo en los últimos 6 años y sobre los que nadie parece estar preocupado. En particular, los 1,5 millones de parados de larga duración y edad superior a los 45 años. Será difícil que vuelvan al mercado regulado de trabajo y tengan que conformarse con mantenerse en la economía sumergida, el subempleo y la vida subvencionada. Perderemos ese talento, la experiencia y el conocimiento que han acumulado a lo largo de sus vidas

Preocupan extraordinariamente los jóvenes sin empleo, sobre los que se ha puesto en marcha un plan, que empieza en el año 2014, dotado con 1.800 millones de euros. Debemos centrarnos en reducir también esta cifra que amenaza el capital humano atesorado en su etapa de formación y que parece vamos a perder (vía la emigración a países donde se valoran sus conocimientos) y, en aquellos casos en que abandonaron la educación por un trabajo fácil y bien remunerado, habrá que apostar fuerte en el reciclaje de sus conocimientos. La labor es titánica y parece insuficiente la dotación presupuestaria asignada por la Unión Europea.

Inquieta las casi 2 millones de empresas (pequeñas y autónomos) que han desaparecido en este periodo. Será difícil que ninguna ley o ventaja fiscal, recupere el agujero que se ha producido en el tejido productivo. Por bienintencionada que sea la ley, la empresa necesita algo más que rebajas de costes para ponerse en marcha.

Descorazona la desaparición de una treintena de bancos de la economía española. Es cierto que el sector estaba sobredimensionado, pero la concentración del mercado que se ha producido (y la que, probablemente, se va a producir en los próximos meses) puede terminar siendo muy costoso a las PYMES españolas en relación con sus homólogas en el resto de Europa. Los elevados costes de financiación que sufren nuestras empresas (si consiguen tener acceso al crédito) están relacionados con nuestra prima de riesgo, es indudable, pero también con la cada vez más escasa competencia en el mercado financiero español. De momento, sólo podrá cubrirse con entidades extranjeras que quieran instalarse aquí, de ahí la importancia de la unión bancaria que se quiere potenciar.

Y, finalmente, asusta el futuro al que nos enfrentaremos con una política cortoplacista que ha desdeñado al I+D+i para centrarse en la coyuntura más cercana. Cuando estabilicemos nuestros desequilibrio y creamos tener un futuro por delante, nos encontraremos con un déficit de I+D+i que ya no podremos cubrir. Y habremos perdido ingresos que pudieran derivarse del conocimiento abandonado, de forma que las patentes serán de otros y los royalties, obviamente, también. Este retraso tecnológico será una gran losa que nos pesará en los siguientes cincuenta años a no ser que alguien se ponga ya a recuperar parte del camino perdido. Y digo recuperar conscientemente de que lo que se necesita es dotar los proyectos abandonados como si no hubieran sufrido los recortes y continuaran en su misma línea, pero 5 o 6 años después, acumulando las cantidades que deberían haberse aportado desde ese instante. No se recuperará el terreno perdido, pero el estado del conocimiento actual permitirá avanzar en nuevas líneas y plantear un futuro para dentro de diez años. Porque podemos parar todo, menos el tiempo.

La economía se estabiliza. Es un hecho importante. Pero hay que ver en qué centramos la recuperación para empezar a apuntalarla.

En primer lugar, el consumo. Parece que no será un motor de la recuperación. Continuaremos con un nivel de apalancamiento muy elevado y una tasa de ahorro excesivamente baja. Todo ello unido a una renta individual cayendo como consecuencia de la política de deflación interna que nos han obligado a poner en marcha y un mercado del crédito paralizado por la situación de nuestro sistema financiero. Es decir, no podemos esperar que el consumo crezca mucho en los próximos años. Y sin consumo, no habrá un punto de apoyo de todo lo demás.

El gasto público parece condenado de por vida a mantener niveles cada vez más pequeños, dado el altísimo nivel de deuda pública que tendremos en un futuro más o menos cercano (se alcanzará más pronto que tarde el nivel del 100% del PIB). Por lo tanto, difícilmente el estado podrá convertirse en motor de nada, eso si, con un déficit público que podemos denominar ‘cosmético’: bajo pero positivo.

Con respecto a la inversión, con el panorama que se prevé en la economía, tampoco parece que sea una palanca para la recuperación en el futuro cercano. Es de esperar que crezca, si, pero a niveles próximos a la inflación, es decir, estancamiento total.

Nos quedaría el sector exterior, que puede ser el único motor de la economía. Pero con el panorama de las economías emergentes en la actualidad (con datos preocupantes en China y Brasil) y el de las economías desarrolladas, paralizadas por su alto endeudamiento, será difícil que el comercio internacional se incremente y, en consecuencia, sólo podremos ganar mercado si vamos compitiendo con otros países. Y la actuación del BCE no es garantía de ganancia de competitividad a medio plazo.

Con este panorama. Parece evidente que, o cambian las cosas o nuestra economía se enfrenta a años de estancamiento y, en consecuencia, a mantener desequilibrios preocupantes durante un largo periodo de tiempo. Espero confundirme.







@juanignaciodeju

lunes, 18 de marzo de 2013

LA TRAGEDIA CHIPRIOTA

Volvemos a la teoría del sufrimiento de los incumplidores tan del gusto de los alemanes y los líderes europeos. Y esto ya nos suena a todos. Estaba preparando mi nuevo artículo sobre las estafas legales que nos rodeaban, el correspondiente al sector eléctrico, pero esta estafa chipriota es mucho más sangrante, mucho más importante para los ciudadanos europeos. Es, como parece que se empieza a mover, la liquidación del euro como moneda, tal y como la conocemos, y, en consecuencia, el final del sueño de una Europa unida.

Porque los chipriotas están experimentando el quinto modelo de rescate europeo de sus economías: el griego, con sus imposibles condiciones; el irlandés, donde se preserva la anomalía fiscal que se presentó en el ‘tigre celta’; el portugués, preservando los derechos de los poderosos y cargando todo el ajuste sobre los ciudadanos; el español, donde se imponen condiciones que van más allá de las justas y necesarias para los bancos; y ahora el chipriota, donde la troika impone condiciones para salvar a los bancos que afecta gravemente a los ciudadanos.

Cinco modelos de rescate para no tener una solución. Y todo porque están todos trufados de ideología económica y no de análisis de la realidad. Nadie parece querer ver esta crisis no tendrá fin mientras se continúen aplicando las actuales políticas.

En Chipre han dado un paso más. Estamos de acuerdo que garantizar los depósitos procedentes de los ciudadanos rusos y de origen poco claro puede ser moralmente reprochable, pero también estaremos de acuerdo que saltarse las leyes a la torera y desvirtuar las garantías para satisfacer los derechos de los acreedores, cuando además hemos sido los propios europeos los que hemos contribuido a la situación de los bancos chipriotas con nuestra actuación en Grecia, es violar el principal principio que determina los que es una democracia y lo que no. Si no hay garantías de que las leyes se cumplen, no tendremos democracia, y eso es lo más importante.

Porque Chipre era un experimento europeo de atracción de los fondos financieros de los ciudadanos rusos, donde les garantizábamos el poder adquisitivo y la revalorización de su valor vía una moneda fuerte dentro de una economía fuerte. Los bancos chipriotas invertían esos fondos, entre otras cosas, en deuda griega, que estaba garantizada por la troika con su política de rescate, que nos dijeron que era suficiente para su sostenibilidad. Pero el fracaso griego, con la insostenibilidad de su economía por la mala actuación de la troika y el fracaso de la política deflacionista impuesta por los ‘líderes’ determinó que los bancos chipriotas empezaran a tener problemas y convertirse en zombies que no podían actuar. En consecuencia, el gobierno chipriota solicitó la ayuda y los acreedores de su deuda, otra vez más los bancos alemanes, determinaron que tendrían que pagar los ciudadanos saltándose todos las garantías legales y, en consecuencia, la democracia y sus principios.

Hemos pervertido la democracia en un solo derecho: que los ciudadanos voten cada cuatro años para elegir a sus representantes. Eso ya lo hacías los grandes dictadores: Hitler llegó al poder ganando unas elecciones. Luego cambió todas las leyes para perpetuarse en el poder y acabar con la democracia. Porque la democracia es mucho más que votar cada cierto tiempo: es garantía de que las leyes se cumplen; de que existe separación de poderes y que los gobiernos no están por encima de los jueces.

Pero la actuación europea en Chipre ha saltado todas las alarmas. Si no se cumplen las leyes, no hay democracia y sólo hay un derecho supremo a mantener: los de los acreedores.

¿Qué ocurriría si Chipre votase no al acuerdo? Pues que su gobierno podría hacer como Islandia y no reconocer la deuda de sus bancos como deuda del estado, por lo que las consecuencias serían devastadoras para aquellos bancos que tuvieran deuda chipriota. No sería muy ortodoxo, pero sería una salvación para los ciudadanos que, eso sí, se verían expuestos a la posible quiebra de los bancos y, en consecuencia, de la pérdida de una parte sustancial de los depósitos. Luego la solución no es fácil para nadie. Es tan compleja que una vez acordado el rescate, tres días después, todavía vuelven a negociar otra fórmula.

Y si el parlamento chipriota acordase votar si al rescate, los ciudadanos podrían oponerse y, por ejemplo, incrementar la economía sumergida en ese país hasta compensar la quita planteada, es decir, que al final el efecto sería nulo o negativo. O bien podría ocurrir que el gobierno ruso, dado que gran parte del dinero de los depositantes en los bancos chipriotas es ruso, podría compensar a sus ciudadanos mediante el incremento del precio del gas que vende a Europa. Es decir, que el acuerdo y la actuación de la UE en este caso no puede ser calificada más que como una chapuza de tamaño universal, violado la esencia de la democracia y, en consecuencia, se ha puesto en duda la existencia misma de la UE y del Euro como moneda. Ha puesto en riesgo la estabilidad financiera del resto de países del sur y puede poner en riesgo la existencia de los mismo bancos sanos o saneados que se pretenden salvar, dado que ante la inseguridad jurídica de los depósitos tras la actuación de la UE puede ocasionar una salida de capitales hacia países donde sí se garantice el cumplimiento de las leyes.

En fin, que lo mejor es que la UE acabe de una vez con la tiranía antidemocrática alemana por sus actuaciones discriminatorias y arbitrarias y se convierta de una vez en una verdadera democracia donde las leyes no puedan ser violadas por las decisiones de los acreedores.



@juanignaciodeju

martes, 19 de febrero de 2013

ESTAFAS QUE NOS PERSIGUEN. I..- LOS BANCOS DE INVERSION

Inicio una serie de artículos sobre el mundo económico en el que nos movemos y que tienen características intrínsecas de estafa. Básicamente me centraré en los siguientes sectores: los bancos de inversión, el sistema eléctrico y el sistema de distribución. Los denomino ‘estafas’ pero que nadie se llame a engaños: son negocios perfectamente legales y regulados (o no tanto) por los gobiernos. El primero de los sectores, los bancos de inversión, tienen su mayor influencia en otras partes del mundo que no son España. Los otros dos, aunque mantienen características comunes con los de otras partes del mundo, los centraré en España.

1.- LOS BANCOS DE INVERSIÓN

¿Cómo funciona un banco de inversión? Llevamos mucho tiempo hablando de los bancos de inversión, pero no conocemos su forma de operar en los mercados y su importancia en la vida económica del planeta; nos alarmamos con el dinero que ganan sus directivos, pero desconocemos su mecánica.

Pondré un ejemplo inventado que un día leí y que me parece una buena muestra del funcionamiento de eso que llamamos ‘financiarización’ de la economía. Perdón por el palabro, pero no se me ocurría otra para mostrar el concepto.

Un padre tiene una granja de gallinas que ponen un total de 100 huevos al día y que el vende a 1 euros por huevo. El buen hombre obtiene al año 36.500 euros que le dan para vivir más o menos holgadamente. Si suponemos que no tiene costes de ningún tipo, la renta neta es de esos 36.500 euros.

Un día, el buen hombre se muere y el negocio pasa a su único hijo. Éste, lector ávido de libros de economía de la escuela de Chicago, decide que no quiere vivir como su padre, sacrificándose todo el tiempo sin ver el fruto de su trabajo. Hablando con un amigo que trabaja en un banco de inversión americano (o inglés, o alemán) le plantea el siguiente negocio: le vende la producción de huevos durante los próximos diez años a cambio de 300.000 euros. Al cabo de ese tiempo, podrían hablar de prórrogas y nuevas condiciones. Además, si el precio de los huevos subiese, los beneficios se los quedaría íntegramente el banco, de forma que el beneficio potencial de la operación son los 65.000 euros que no le paga más la posible subida de precios de los huevos durante los próximos diez años.

Tras consultarlo con los jefes del banco y analizar la operación, deciden aceptarla, de forma que pagan 300.000 euros por los huevos que se produzcan en la granja durante los siguientes diez años. El vendedor obtiene el dinero, con el que se compra un chalet en la playa donde monta una discoteca, su sueño de toda la vida. Con lo que le sobra, el mismo banco le propone inversiones que le proporcionan un 10% anual, con lo que puede vivir tranquilamente.

Los directivos del banco, alertados por sus economistas, piensan que la operación puede presentar determinados riesgos que quieren minimizar. Para ello, dividen las participaciones en 100 paquetes de 3.300 euros cada una y los venden entre sus clientes. El negocio es bueno, porque obtienen un 10% de beneficio inmediato y ponen en el mercado un producto que va a dar más de un 10% anual en los próximos años a sus clientes.

Los compra otro banco de inversión competidor que se dedica a la intermediación financiera y que ha hecho operaciones similares con otras ‘comodities’. Compra las 100 participaciones por las que paga los 330.000 euros convenidos y las empaqueta con productos similares de carne, leche, arroz, etc, En total puede vender las participaciones de los huevos compradas a un precio de 340.000 euros mezcladas con otras similares en un fondo que llama ‘European comodities investement oportunity’ que promete una rentabilidad del 5% a los partícipes si el precio de los alimentos en el mercado de Chicago al final del periodo no baja con respecto al nivel de referencia.

Sin embargo, para dotar al producto de mayor credibilidad, decide asegurar la operación con una firma de seguros de su propiedad, donde se garantiza que la producción de huevos en la granja no podrá ser inferior al 80% de lo prometido, de forma que se obtenga una producción mínima. De esta forma, el fondo obtiene la máxima calificación de las empresas que se dedican a ello (la triple A). Los directivos de la compañía de seguros deciden reasegurar el producto de forma que obtendrá 400.000 euros en el supuesto de que las gallinas no pongan huevos durante un periodo superior a 6 meses. Los consideran un supuesto imposible, ya que en toda la vida del ganadero nunca han estado más de una semana sin poner huevos. Al poner la prevención de los seis meses se aseguran que no pueda ocurrir, ya que con que una de ellas ponga un huevo no tendrán que pagar la prima. Negocio seguro.

Un día, sólo un mes después de la firma del contrato, las gallinas aparecen muertas, atacadas por una manada de lobos en un lugar donde no hay lobos. En el periódico de referencia aparece una noticia con grandes titulares: las autoridades económicas permiten las granjas intensivas de gallinas para aumentar la producción de huevos. En Chicago, el precio de los huevos empieza a bajar de forma constante.

@juanignaciodeju

miércoles, 13 de febrero de 2013

¿HAY BROTES VERDES, CONDICIONES PARA CRECER O CUALQUIER COSA PARECIDA?

Últimamente el optimismo nos rodea. Parece una película del oeste cuando el ejército rodeaba a los indios para derrotarles. Todo el mundo se empeña en decirnos que vamos a mejorar. Es evidente que vamos a mejorar, si no fuera así mejor nos vamos, pero otra cosa distinta es que las cosas estén mejorando.

El optimismo desbordante se fundamenta, principalmente, en dos motivos: la mejora del saldo exterior español y el descenso de los costes laborales unitarios. Veamos qué está pasando.

En primer lugar el sector exterior. El optimismo aparece como consecuencia de un hecho inédito en la economía española desde la introducción del euro: hemos tenido superávit exterior. Y no pequeño, de cerca del 1% del PIB. Es una gran noticia que debería alegrarnos a todos, pero hay que matizarla convenientemente para no llevarnos a engaño. Han crecido las exportaciones, es verdad, de forma moderada por dos causas fundamentales: la devaluación interna que nos han obligado a hacer, pero también la debilidad de la demanda externa causada por el austericidio que se ha impuesto.

La devaluación interna ha empezado a dar sus frutos, con la caída de los precios relativos de los productos españoles que nos permite vender al exterior nuestros bienes. Es una cosa que había que hacer, y que debería ser el apoyo de nuestro crecimiento futuro. No creo que lleguemos a la exageración de Morgan Stanley (“España puede terminar siendo Alemania y Alemania España”), pero si deberíamos ponernos manos a la obra para que eso no sea flor de un día. Tendríamos que empezar a cambiar nuestra estructura productiva para garantizar empresas más competitivas en el mercado exterior y formar a los trabajadores para poder mantener esas relaciones. Y debemos recordar que nuestro principal hándicap se encuentra en nuestro nivel de idiomas extranjeros. Podríamos haber ido más rápido con la devaluación fiscal que algunos hemos propuesto, y seguro que habríamos llegado más lejos.

Pero, fundamentalmente, el gran avance se ha producido porque han disminuido mucho las importaciones. Y éstas dependen de nuestro nivel de renta. Con la caída que hemos sufrido como consecuencia de la política practicada, es lógico que no compremos productos del exterior, entre otras cosas porque no tenemos renta para ello. El problema es qué pasará cuando crezca nuestra renta otra vez. Probablemente volveremos a comprar productos importados y, obviamente, nuestro saldo exterior empeorará. Es sólo una previsión pesimista.

La otra mejora que hemos tenido ha sido la disminución de los Costes Laborales Unitarios (CLU). La mejora se ha basado en dos factores: la moderación de los salarios, operada por la situación y la reforma laboral, y el incremento del desempleo, también por las medidas que son posibles aplicar. Ambas noticias no son positivas, porque tampoco auguran un futuro prometedor. Cuando mejora la situación probablemente tendremos colectivos de trabajadores que empezarán a recuperar niveles previos de salarios y empleo, sin que ello implique una mejora de la productividad y, en consecuencia, una mejora sostenible de nuestra competitividad exterior.

Y luego hay alguna noticia que no es mediática pero que si es de reseñar: la estabilización de los mercados financieros. No lo digo por el mercado de deuda, que continúa con síntomas preocupantes con las primas de riesgo a la espera de lo que haga (o prometa el BCE), sino por la gran inyección de fondos que hemos hecho todos los españoles con la reestructuración del sistema bancario, que ha provocado que los bancos empiecen a pensar en otra cosa distinta de la estabilización, es decir, en el negocio bancario propiamente dicho. Es un proceso lento, probablemente tarde dos años en normalizarse del todo, pero parece que puede ser una noticia positiva.

Por lo demás, no encuentro ningún motivo de esperanza en los datos que hemos conocido hasta el momento, y las previsiones tampoco parecen ser muy alentadoras. En fin, que habrá que esperar a ver la evolución económica a medio plazo.



@juanignaciodeju

martes, 5 de febrero de 2013

CORRUPCIÓN, POLÍTICA Y ECONOMIA

Hemos llegado al punto en que la sociedad empieza a estar cansada de soportar sobre sus hombros todo el peso de los ajustes sin recibir nada a cambio. La sociedad ha alcanzado el punto de inflexión de su aguante y empieza a cambiar su percepción de la clase política de forma que se puede estar fraguando un cambio, lo cual puede ser muy positivo para aquello que nos preocupa que es la crisis económica.

Vayamos por partes. El nivel de corrupción de la clase política, con independencia de las siglas concretas, es de tal magnitud que empieza a ser necesaria una regeneración de la sociedad en su conjunto. Independientemente de los nombres (no acusaré a nadie no vayan a querellarse contra mi) se ha instalado en la sociedad un sentimiento de cansancio que posibilita ese cambio. Porque hemos pasado de tener una clase política vocacional, que debía dedicarse a su profesión para poder vivir, a unos dirigentes que se embarcan en la política para poder vivir. No puede ser que nos representen personas que se han dedicado toda su vida a la política sin haber conocido otra forma de ganarse la vida. Gente que se afilia a los partidos políticos desde antes de poder votar para hacerse una carrera en la estructura de la organización. Que busca únicamente ser complacientes con los dirigentes para acceder a las posiciones importantes que les permitan hacerse un nombre y, de esa forma, medrar en su profesión. Y una vez alcanzado lo máximo posible según el principio de Peter, dedicarse a explotar sus conocimientos adquiridos de forma que puedan vivir holgadamente el resto de sus vidas.

Cuando uno tiene ya cierta edad echa de menos a aquellos políticos que pactaron la transición y las leyes fundamentales de nuestro ordenamiento jurídico actual cobrando sueldos normales y, evidentemente, saliendo de la política con un nivel de patrimonio normal, en la mayoría de los casos. No como ahora, que quien más quien menos de nuestros dirigentes abandona la política con patrimonios elevados, no siempre de origen corrupto. Y uno se cansa de ver como mentes normales con un nivel de inteligencia normal abandona sus puestos de representación y pasa a ser consejero de no sé cuántas empresas que actúan como lobbies de los gobiernos de turno. Ejemplos no faltan, y no los nombraré aquí para evitarme problemas judiciales, y resultan, en algunos casos, patéticos.

Lejos queda el concepto de que la política tendría que atraer a los más preparados para la gestión, profesionales que tengan una probada experiencia que aporte esos conocimientos para el bien común. Porque de los últimos ministros de economía que hemos conocido, ¿cuántos de ellos se habían dedicado antes a la enseñanza, por poner un ejemplo?

Ese sistema ha generado una endogamia preocupante en la profesión política. A las universidades se les acusa de ser endogámicas en la elección de sus profesores, y no les falta razón, pero en la política eso ha llegado a tal nivel de perfección que empieza a ser preocupante. Es tan perfecto el sistema que a nadie le preocupa que nuestro presidente lleve prácticamente toda su vida laboral dedicada a la política en los distintos niveles. O que otra miembro muy destacada de ese partido en Madrid haya ocupado todos los puestos posibles en la estructura política del estado, desde humilde concejal hasta presidenta del Senado y de una comunidad autónoma. O que el jefe de la oposición lleve en la política profesional más de 30 años. ¿Esto es un problema? En principio no debería, pero proporciona unos conocimientos sesgados de la realidad que les incapacita para el conocimiento de la sociedad. Digamos que en vez de transformar el Estado para mejorar la vida de sus ciudadanos, el Estado les transforma a ellos y les convierte en personajes de novela alejados de la realidad. Es por ello que necesitamos cambiar nuestra clase política en todos los niveles, racionalizando su funcionamiento y estructura. Es el reclamo de los ciudadanos: gente nueva con nuevas ideas y mecanismos de funcionamiento modernos y mejorados.

Es hora también de cambiar las estructuras de la sociedad, de afrontar de una vez los cambios que deben realizarse, desde mi punto de vista, para que lo que nazca sea más sano. Y para ello, deberemos empezar por concienciarnos todos que la sociedad la formamos juntos y que si va bien a la sociedad nos irá bien a todos, mientras que lo contrario no se cumple necesariamente: que nos vaya bien a todos no implica que le vaya bien a la sociedad. Que tenemos que volver a los viejos postulados de la solidaridad y el compromiso común, abandonando el individualismo que nos invade desde el mes de noviembre de 1989. Y esa solidaridad mejorará la sociedad y mejorará la economía. Si todos remamos en la misma dirección, nos irá mejor a todos. Pero plantear esto con nuestro actual nivel de clase política provoca, lógicamente, rechazo inmediato.

Tendremos que recuperar un concepto en desuso actual: la empatía. Si todos fuésemos empáticos, mejor nos iría a todos. Y, evidentemente, desaparecería la corrupción (basada en el enriquecimiento individual por encima de todo), el despilfarro (porque consideraríamos el dinero como nuestro) y el fraude fiscal (porque tomaríamos eso como una traición). Sin embargo, todos preferimos cerrar los ojos y, si es posible, pedir factura sin IVA (Yo también). Ese es un cambio fundamental en la sociedad que debemos empezar a operar para que la siguiente generación pueda sucedernos con la garantía de mejora que necesitamos. La actual ya la doy por perdida.

Y ese cambio empieza por la educación, pilar fundamental de la sociedad. En vez de preocuparnos por el rendimiento individual, deberíamos fijar nuestro objetivo en el rendimiento colectivo. Ensalzamos a Messi o a Ronaldo, pero nos olvidamos que el éxito, en el futbol como en la vida, es siempre colectivo. Y que cuando un equipo se preocupa del éxito individual de cualquiera de sus miembros, normalmente fracasa en su conjunto. Y esto es, obviamente, aplicable a las empresas y a la economía en su conjunto.

Entre los políticos y la sociedad en su conjunto, mi estado de perplejidad continúa creciendo. Sólo espero que mis hijos, junto con los de otros, puedan cambiar esta sociedad y mejorar la economía. De nuestra generación ya no espero nada.

@juanignaciodeju

martes, 22 de enero de 2013

¿ESTAMOS HACIENDO LAS COSAS BIEN?

La competitividad se ha convertido en el gran gurú del mundo globalizado. Todos los gobiernos, todas las políticas tienen como objetivo esa palabra que, aseguran, será el motor de la recuperación de las economías y la solución de nuestros problemas.

En el mundo actual es indiferente producir un bien en un país o en otro, dado que hemos abolido los aranceles y las trabas a los productos, de forma que no tenemos armas para la competencia. Por lo tanto, deberíamos producir sólo aquellos bienes donde tengamos una ventaja comparativa. Pero eso no es tan lineal y la teoría de la ventaja competitiva no se cumple en la vida real. Al final, todos los países tienden a producir de todo, bien por una cuestión estratégica o por un nacionalismo mal entendido, pero el hecho cierto es que no estamos aplicando los postulados de la teoría económica que afirman que cada país debería especializarse en la producción de aquellos bienes en los que existe una ventaja en la producción.

Por lo tanto, dado que no vamos a especializarnos en unos pocos bienes, ¿qué podemos hacer para competir con los salarios extraordinariamente bajos de los países como China o India?, ¿debemos considerar que nuestro futuro es tener unos sistemas sociales tan mínimos como el que menos para poder competir en el mundo globalizado y producir cosas?. Voy a dar algunas claves que me parecen importantes para evitarnos los disgustos que se producen en cada crisis.

Cuando contamos en clase algunas nociones del mercado de trabajo hablamos de ciertos conceptos que pasan desapercibidos para la mayoría de los opinadores y economistas que intentan explicarnos los problemas del mercado de trabajo. Uno de ellos es de los ‘salarios de eficiencia’, es decir, el nivel salarial que implica mayor implicación de los trabajadores en la producción y, en consecuencia, un nivel de productividad más elevado que en el resto de las empresas. Eso lo demostró Ford cuando dobló el salario de sus trabajadores y, desde ese momento, la productividad se disparó y, por ende, los beneficios de su empresa. Pues bien, en tiempos de crisis como la que estamos viviendo, al confundir competitividad con precios bajos, se ha abandonado ese concepto de forma que nadie se ocupa de él y las consecuencias pueden ser terribles.

Otro concepto que parece abandonarse en busca de esa competitividad es el ‘know how’, el conocimiento propio de las empresas que nadie está intentando conservar y que, en el supuesto de una recuperación de la actividad, la mayoría de las empresas tendrán problemas en adaptarse de nuevo y volveremos a perder esa ventaja que ahora, vía precios por los despidos, hemos conseguido. Y ese concepto va unido a otro que conocemos como el ‘salario de reserva’, es decir, aquel que los trabajadores deben tener para mantener un mínimo nivel de vida.

Además existen ciertos hechos en esta crisis que me hacen replantearme si estamos en el buen camino o nos estamos confundiendo en las medidas. Porque en el año 2007 la distribución de la renta en España era 50/50 entre renta empresarial / renta salarial y en la actualidad ese ratio es algo así como 55/45, es decir, se ha sesgado hacia la renta empresarial descompensando el reparto.

Tenemos también el hecho irrefutable que nuestra economía ajusta siempre por el lado de las cantidades y no de los precios. Por ejemplo, con un mercado inmobiliario colapsado y con una actividad paralizada, en vez de producirse rebajas en el precio y disminuciones de la oferta, se produce un stock de viviendas sin vender (hasta un millón de viviendas vacías); o un mercado laboral que en vez de producir un ajuste de salarios expulsa trabajadores y cierra empresas. Todo ello se debe a la falta de competencia en esos mercados, pero no son los únicos: electricidad, petróleo, distribución, etc, son mercados que deberíamos reformar con el objetivo de introducir mayor competencia y así mejorar la asignación de los recursos.

Todo ello parece indicarnos que no estamos obteniendo resultados razonables en la reforma de nuestra economía y que, después de un periodo de espejismo en la supuesto recuperación (cuando se produzca) nos conducirá al mismo punto anterior y, en consecuencia, a los mismos síntomas y errores que estamos cometiendo en la actualidad.

Lo primero que deberíamos estar haciendo es buscar una forma de competencia distinta de la actual, es decir, nunca tendremos costes laborales tan bajos como los países del sudeste asiático. En primer lugar porque las condiciones sociales nunca serán iguales (jornadas, seguridad social, pensiones, desempleo, salud laboral, etc), y los salarios, por consiguiente, menos aún. Por lo tanto, si no podemos competir con los costes laborales, debemos encontrar algo que nos permita hacerlo. Y ese algo es el valor añadido, que debe encontrarse en la I+D+i. Debemos hacer un esfuerzo extraordinario en la inversión en investigación que proporcione mayor valor añadido y, en consecuencia, mayor productividad. Y debemos mejorar esa productividad también en el marco de la educación y la formación. Trabajadores mejor formados permiten una adaptación más rápida y efectiva a las empresas y, en consecuencia, mejores productos y servicios. Y si invertimos en formación, mejoras rápidas en los nuevos procesos. Justo lo contrario que estamos haciendo en la actualidad.

En segundo lugar, debemos redefinir las relaciones laborales de nuestras empresas, de forma que se mantenga el know how, se alcancen salarios de eficiencia y se garantice el salario de reserva que permita la adaptación de las estructuras productivas sin desprenderse de lo único que las hace únicas: su fuerza laboral. Se han establecido distintos modelos para el mantenimiento del empleo en la economía, como es el caso del modelo alemán (basado en compartir el salario de eficiencia entre las empresas y el estado a través de los minijobs), o el modelo austriaco (eliminando trabas a la movilidad de los trabajadores con la creación de una especie de fondo de reserva que conjuga desempleo, indemnización y pensión). Son todos loables intentos de solucionar un problema que no garantizan la inmunidad a los problemas económicos generales. Creo que lo más razonable es provocar la flexibilidad salarial interna de las empresas de forma que el salario se componga de una parte fija que represente el salario de reserva y una parte variable que se vincule a la productividad de forma que la distribución de rentas se aproxime a la proporción 45/55 y se provoque que se alcancen los salarios de eficiencia en función de la evolución de la situación. Esto provocaría dos cosas importantes: en primer lugar, el ajuste se produciría automáticamente ante las crisis económicas y, en segundo lugar, se mantendrían los puestos de trabajo fundamentales en las empresas de forma que no se perdiera todo el conocimiento necesario para la producción.

Y, en tercer lugar, deberíamos estar buscando cómo maximizar los beneficios de aquellas actividades en las que somos especialmente competitivos. Es decir, si tenemos, por ejemplo, uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo (y también de los más baratos) deberíamos centrarnos en cómo poder explotarlo en beneficio de los propios ciudadanos. Si somos capaces de ‘vender’ nuestro sistema sanitario al resto de países europeos (por poner un ejemplo), con esos ingresos podríamos mantener el sistema, reducir el déficit y dedicar parte a la investigación. Y para ello, en vez de poner trabas a la intervención de los extranjeros, deberíamos centrarnos en que la Unión Europea establezca un fondo de compensación que posibilite la movilidad y compense los costes de un sistema. Es sólo un ejemplo, aunque podríamos hablar de otros sectores (agricultura, pesca, energías renovables, etc) en los que tendríamos que centrarnos. En definitiva, encontrar motores de nuestro crecimiento futuro que actúan como palancas.

Aunque las cifras del sector exterior hayan mejorado, ese espejismo no debe cegarnos y comprender que realmente no estamos cambiando nada en nuestra estructura económica que nos permita vislumbrar el futuro con garantía de mejora de las condiciones y, por consiguiente, ante una nueva crisis o recaída de la actual, los problemas seguirán siendo los mismos y los ajustes también.

Y seguiré siendo el economista perplejo.



@juanignaciodeju